Por Ana María Risco
Hacia el último cuarto del siglo XIX una relevante transformación en los usos y significados culturales de la fotografía comienza a producirse en Chile y el mundo a partir de su incorporación en publicaciones periódicas. A contar de mediados de la década del 80, la imagen fotográfica ingresa paulatinamente a los impresos periódicos orientados a públicos amplios, aportando nuevas aristas al caudal de objetos de interés, curiosidad y deseo propagados por la modernidad. Junto con ello, la imagen fotográfica incorpora nuevos motivos y temáticas en un proceso expansivo que la llevará, entre otros efectos, a construir los códigos visuales del documentalismo y la instantaneidad noticiosa.
Esto coincide con un proceso internacional de modernización de la prensa y trae consigo la ampliación del horizonte del mundo a la vista del sujeto común. Desde los horrorosos efectos de un bombardeo aéreo hasta la figura exótica de un líder africano o la novedad de un corte de pelo para mascotas comienzan a exponerse ante la mirada colectiva por medio de publicaciones periódicas, hasta ese momento ilustradas con grabados y estampas. Del mismo modo, nuevos sujetos sociales irán abriéndose espacio en la imagen fotográfica, lo que a la larga cargará de matices el estatus visual que les había otorgado la mirada colonial y clasificatoria.
El sistema de impresión de imágenes llamado fotomecánica, que se valió en su origen de convencionales sistemas de fotograbado y se difundió internacionalmente hacia los años 80, puede considerarse el sustrato técnico que hizo posible estas transformaciones. Su invención fue un adelanto altamente perseguido por los impresores del mundo desde mediados del siglo XIX y permitió imprimir la imagen junto a los textos, con lo que la fotografía entró definitivamente a un orden de reproductibilidad correspondiente con las demandas de velocidad y eficacia de la prensa periódica, e incluso diaria.
A partir de este momento y antes de alcanzar un predominio en el campo visual impreso, la fotografía sostuvo en las páginas de revistas y periódicos una larga convivencia con los grabados y estampas que ella vendría, en cierta medida, a eclipsar. Si dichos precedentes se basaban en algún tipo de dibujo lineal o técnica litográfica, y eran resultado de la destreza manual de un artífice, que en ciertos casos trabajaba “según” o “a partir de” una fotografía, la imagen fotográfica que entraría ahora a la misma plancha de impresión que los textos quedaría conformada por una trama de puntos realizada por aparatos técnicos [fig. 1]. Esa trama aportaría a la visualidad impresa una delicada interpretación del mediotono fotográfico, que muy pronto sería considerada superior a las interpretaciones manuales, especialmente en lo que concierne a los tiempos de producción[1].
Fig. 1 Detalle de la trama de puntos en la fotografía de la crónica deportiva “El Match del sábado”. Revista El Ring, Santiago 9 de junio de 1917.
En el momento en que se conoce este nuevo desarrollo del aparato impresor, los alcances de la fotografía ya habían sido ampliados por sucesivos ajustes al revolucionario procedimiento de fijar imágenes con luz. La aparición del negativo y el proceso del positivado, la obtención de copias en papel y copias simultáneas de diversas tomas de un objeto (como ocurría con la carte de visite), así como la reducción considerable del tiempo de exposición y la disminución del peso y tamaño de las cámaras que condujeron a su portabilidad[2], habían ampliado las posibilidades de acceso y estimulado el incremento de operadores expertos y aficionados de la fotografía.
Sin embargo, la conformación de las primeras empresas periodísticas modernas y el invento de la fotomecánica establecieron internacionalmente las condiciones para que la fotografía penetrara en nuevos campos de percepción subjetiva, produciendo una impactante ampliación en lo que podría considerarse el mundo a la vista de las personas comunes. Como escribió Gisèle Freund, si hasta entonces “el hombre común solo podía visualizar los acontecimientos que ocurrían a su vera, en su calle, en su pueblo”, con la fotografía impresa, “se abre una ventana al mundo, los rostros de los personajes públicos, los acontecimientos que tienen lugar en el mismo país y allende las fronteras se vuelven familiares (…). La fotografía inaugura los mass media visuales (…). Al mismo tiempo se convierte en un poderoso medio de propaganda y manipulación”[3].
Considerado el más importante proceso de democratización que vive la fotografía desde su invento, la ampliación de su alcance y transformación de sus usos impulsados por su incorporación a la prensa periódica comporta también un cambio en la forma en que se constituye materialmente el objeto fotográfico. No solo por las nuevas modalidades del discurso reporteril y documental que comienzan a abrirse paso de la mano de las nociones de instantaneidad y objetividad promovidas por los nuevos aparatos[4], sino por la cualidad técnica inédita de la imagen discreta en tanto tal. A esta imagen impresa, configurada por pequeños puntos capaces de simular ante el ojo la gradación tonal de la fotografía, llamaremos aquí discontinua, poniéndola en el centro de una indagatoria que pregunta acerca de su naturaleza medial.
[1] Téngase en cuenta que hasta la década del 80 del siglo XIX era común encontrar en diversos impresos fotografías interpretadas por la mano de un grabador, regularmente por medio de la técnica del grabado a contrahilo, un trabajo que, aunque se hallaba altamente especializado y sujeto al sistema de la división del trabajo, establecía plazos que estaban en pugna con la velocidad requerida por los medios periódicos y especialmente por los diarios.
[2] La portabilidad de la cámara se considera el gran adelanto que inaugura el siglo XX en materia de fotografía. Su uso fue impulsado por la empresa estadounidense Kodak, que el año 1888 lanzó al mercado la cámara Kodak No. 1, fabricada por Frank Brownell, que incluía un rollo de 100 exposiciones listo para su uso. Una vez se exponía toda la película, la cámara debía ser enviada a la Kodak para revelar las fotos y para ser cargada y reenviada al propietario. No era, sin embargo, una cámara barata por lo que la fotografía se tornó más popular y accesible cuando poco tiempo después se dio a conocer la serie de cámaras Brownie.
[3] Freund, Gisèle. La fotografía como documento social (Barcelona: Gustavo Gili, 2006), 96.
[4] La fotografía instantánea comienza a difundirse hacia la década de 1880 a partir de la fabricación industrial de las placas al gelatinobromuro (placas secas) y obturadores capaces de operar automáticamente en pequeñas fracciones de segundo, generando aperturas controladas y fugaces. Hasta esa década, la obturación había sido realizada manualmente.