Pero, ¿qué posibilitó, al calor del sistema industrial, este grado de tolerancia con una visualidad de lo popular, deliberadamente coartada en la cultura gráfica del XIX?, ¿cómo fue posible que el propio régimen visual que programáticamente reprimió la aparición de lo popular organizara, en su configuración empresarial, los preceptos de su visibilización a escala masiva? ¿Qué facilitó que lo históricamente excluido se configurara como objeto de interés visual en un régimen cultural industrial?
Proponemos que uno de los mecanismos basilares del funcionamiento del sistema impresor como industria fue la fragmentación. Si nos ciframos en la imagen, observamos cómo el fotograbado de medio tono impuso un filtro estandarizador según el cual las fotografías se configuraban bajo el mismo sistema y modalidad constructiva: la descomposición del tono en una trama de puntos. Se ocasionaba, así, no solo el paso de lo manual a lo mecánico, sino de las lógicas visuales donde primaba lo lineal y continuo -como ocurría con el grabado y la litografía aplicadas a la ilustración editorial durante el XIX— a otras donde se imponía lo discontinuo, lo fragmentario y la regularidad.
Sin embargo, y en una propuesta que intenta ampliar el horizonte de la discontinuidad, pensamos que esta fragmentación de la imagen fotográfica en tramas de puntos negros y blancos (o de colores) para su reproducción masiva forma parte de las dinámicas propias de la industrial cultural, donde lo que se ofrece a la expectación y al consumo son precisamente pedazos, trozos, fragmentos.
Postulamos, entonces, que la discontinuidad que se produce en la imagen por efecto de su traspaso al medio impreso a través del fotograbado de medio tono forma parte de una lógica industrial mayor, donde se impone la idea de “modularidad” o “particularización” de la cultura, la visualidad y la información. Al decir de Honorio Velasco, “lo que se populariza son fragmentos de la cultura. Para popularizarse los contenidos deben ser desprendidos de un todo”[1]. Por ello, lo que se populariza, o más bien, como lo hemos entendido acá, se masifica, no es la cultura popular, así como tampoco la letrada e ilustrada, sino fragmentos de ellas. De esta manera, lo que alcanza estatus de masivo son los fragmentos re-situados, mezclados, combinados, operando en otros registros y en nuevas o distintas funciones culturales.
[1] Velasco, Honorio, “Cultura tradicional en fragmentos. Los almanaques y calendarios y la cultura “popularizada””, en Palabras para el pueblo, aproximación general a la literatura de cordel (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Departamento de Antropología de España y América, 2000): 121-144, 144.