Por María José Delpiano K.
Podría afirmarse que si algo marca el tránsito desde un sistema de prensa de carácter pre-moderno a otro de corte industrial y moderno es la incorporación sostenida de nuevos públicos en el mercado de bienes impresos, esto es, de las capas medias pero especialmente de los segmentos más humildes de la sociedad. La imagen gráfica tuvo la función medular de acercar la cultura impresa a aquellos públicos que estuvieron históricamente excluidos de su programa. Pero la integración de los grupos socialmente subalternos fue todavía parcial en la época de la para-industria editorial en Chile, esto es, en la era premecánica, donde la producción de imágenes se regía todavía por las prácticas manuales y la lógica de taller. No será hasta el asentamiento de la industria como tal que el mercado de impresos abarque a un espectro cada vez mayor de consumidores, “democratizando” la participación cultural, inculcando, entre otras cosas, el consumo de publicaciones periódicas ilustradas como hábito en los segmentos que participaban solo eventualmente de él.
Durante el siglo XIX en Chile, los sectores populares se vieron excluidos de los espacios de la cultura letrada comandados por la élite, no obstante, a inicios del XX, se advertirá su integración programática en el consumo de periódicos, diarios y revistas facturados en el país. Pero el acarrreo eficaz de públicos populares al mercado de la prensa ilustrada en el siglo XX y, por ende, la posibilidad de expansión industrial del aparato editorial fue favorecida, en parte, por los propios sectores marginados, quienes abrieron nichos de participación en la cultura impresa. Como han señalado Ossandón y Santa Cruz, a partir de los años 80 del XIX, se habría configurado una incipiente “esfera pública plebeya”, que se constituyó con la aparición de la prensa obrera y de artesanos, ligada a la construcción y posicionamiento de nuevas identidades y actores sociales y de sus organizaciones”[1]. Simultáneamente a estos proyectos más allegados a la matriz racional iluminista -al decir de Sunkel[2]—, la esfera plebeya se nutrió también de las experiencias que proveyeron otros dispositivos, como los pliegos de poesía popular, no reducibles a la prensa seria ni a la jocoseria. Así, La Lira Popular, El Ferrocarrilito, El Ají, El Duende y El Gallito habían abierto importantes canales para la incidencia de un amplio y variado espectro de lo popular en los órdenes de lo público y lo letrado.
De este modo, el sistema productivo proto-industrial entendió que -y utilizando los términos de Chartier- “los “ignorantes” constituían un dilatado mercado”[3]. Bajo esa premisa, y continuando con la nomenclatura del francés, la conquista de esa numerosa y mayoritaria clientela popular[4], que comenzó a amasarse en la venta y demanda de pliegos y papeles baratos e incipientemente reivindicatorios de clase, se convirtió en un asunto programático, de vital importancia para la expansión industrial. Lo popular se entendió en su composición como subalternidad material y cultural, pero, de forma simultánea, por su dimensión y alcance, como el segmento cuantitativamente más preponderante de la sociedad chilena finisecular.
En el contexto local de fines de siglo, e incluso en el despunte del siglo XX, más de la mitad de la población no contaba con habilidades de lectoescritura[5]. Por ello, los objetivos expansionistas del mercado de la prensa y del mundo editorial se volvían un asunto complejo. De cierto modo, las revistas y periódicos debieron necesariamente tomar en consideración las capacidades del público, en un proceso complementario, en que prensa y políticas de alfabetización crecían conjuntamente y se adaptaban mutuamente. Como plantea Belén Alonso, en muchos territorios de América “la prensa periódica seguramente sirvió de práctica inicial a los nuevos contingentes de lectores y creció al ritmo de ellos”[6].
[1] Ossandón, Carlos y Eduardo Santa Cruz, Entre las alas y el plomo. La gestación de la prensa moderna en Chile (Santiago: LOM, 2001), 34.
[2] Sunkel, Guillermo, Razón y pasión en la prensa popular (Santiago: Instituto latinoamericano de estudios transnacionales, 1985).
[3] Chartier, Roger, “Lecturas y lectores «populares» desde el Renacimiento hasta la época clásica”, en Historia de la lectura en el mundo occidental (Madrid: Santillana, 2004), 469-493, 488.
[4] Chartier, “Lecturas y lectores «populares» desde el Renacimiento hasta la época clásica”, 469-493, 475.
[5] Según Subercaseaux, las tasas de alfabetismo en Chile en el período 1895 – 1900 oscilaban entre un 32% y un 38% (Subercaseaux, Bernardo, “Fin de siglo. La época de Balmaceda”, en Historia de las ideas y de la cultura en Chile. Tomo II (Santiago: Universitaria, 2007), 443). En esa línea, Santa Cruz indica que de acuerdo con el censo de 1895 la tasa nacional de analfabetismo era de un 68% (Santa Cruz, Eduardo, La prensa chilena en el siglo XIX. Patricios, letrados, burgueses y plebeyos (Santiago: Editorial Universitaria, 2010), 109). Al respecto, los datos de Arriagada son bastante coincidentes:; el autor señala que hacia 1899 la tasa de alfabetización a nivel nacional era de un 31,5% (Arriagada, Felipe, Evaluación de las políticas educacionales del gobierno de Pedro Aguirre Cerda (Tesis de Ingeniería Comercial, Universidad de Chile, 2014), http://repositorio.uchile.cl/handle/2250/116685). Ya entrado el siglo XX, según las cifras recabadas por Ponce de León a partir del censo de 1907, el porcentaje de analfabetismo entre la población en edad escolar en territorio chileno era de aproximadamente un 60% – 62% (Ponce de León, Macarena, “La llegada de la escuela y la llegada a la escuela. La extensión de la educación primaria en Chile, 1840-1907”. Historia, 2(43), 2010: 449-486, 451).
[6] Alonso, Belén, “Entre lo popular y lo masivo. Aproximaciones a la prensa moderna”. Revista Latina de Comunicación Social, 10(62), 2007: 85-101. URL: http://www.ull.es/publicaciones/latina/200707Alonso_B.htm