De tal forma, se gatilló una renovación editorial en el sistema de la prensa que tuvo como uno de sus fundamentos la apropiación de recursos escriturales, visuales y retóricos utilizados en dispositivos de la cultura popular impresa urbana. Una de las principales apuestas fue por la brevedad y la transparencia, en esa línea, para Alonso “la escritura sencilla y fácilmente entendible (…) fue otra innovación” de la industria de la prensa en sus albores[1]. Complementó esta estrategia, el uso del registro emotivo y sensacionalista y la reiteración continua de temas.[2] Todos estos recursos, alguna vez empleados en los papeles populares, fueron resituados en productos comerciales orientados, ahora, al consumo masivo (o proto-masivo) de impresos.
Así, en su adaptación a las capacidades y expectativas del público popular (“numeroso y humilde”), la proto-industria utilizó recursos “plebeyos”, “vulgarizadores”, los cuales poco a poco se desvincularon de un supuesto origen popular para significar, en adelante, el gusto de la mayoría. En ese tránsito, la denominación “popular” comenzó a ser clarificada y purgada de sus remanentes plebeyos, para referirse cada vez más a lo ampliamente demandado y consumido y cada vez menos a una condición de clase, en la ilusión de una superación de las diferencias sociales amparada por la cultura de masas.
En ese sentido, desmembrados de su connotación o raigambre en la cultura popular, los recursos, registros y temas descritos se convirtieron en estrategias efectivas para responder a las demandas específicas y generales del estrenado público de masas. Pero ¿por qué elementos presentes de forma gravitante en ciertos artefactos de la cultura popular impresa fueron tan efectivos para propiciar el despunte de la cultura de masas? Pensamos que estos recursos sintonizaron ajustadamente con las nuevas visibilidades y con el estímulo de sensibilidades alternas que ya no tenían como fuente a la cultura letrada[3]. La cultura popular, en oposición con la hegemonía ilustrada, desplegándose en los márgenes del cerco impuesto por la élite dominante, surtió de los elementos que se encontraban fuera del encuadre de los parámetros culturales legitimados.
[1] Alonso, “Entre lo popular y lo masivo…”, párr. 42.
[2] Carlos Silva Vildósola, uno de los colaboradores del popular diario El Chileno, señaló retrospectivamente:
“Había que escribir corto y claro. El público, en su mayoría de gente del pueblo, nos exigía brevedad y precisión, lenguaje transparente, artículos que de ordinario no pasaban de media columna del formato de los diarios de hoy (…) [Los hermanos Fernández, cronista y reportero] habían llegado a desarrollar una técnica admirable para dar la noticia sensacional bien controlada, en pocas líneas, dirigidas al corazón del hombre de la calle, explotada durante varios días con renovado interés” (Santa Cruz, Eduardo, La prensa chilena en el siglo XIX. Patricios, letrados, burgueses y plebeyos (Santiago: Universitaria, 2010), 118-119).
[3] Ossandón y Santa Cruz, Entre las alas y el plomo…