Como han planteado múltiples investigadores europeos de la fotografía, el origen de la fotografía orientalista no puede discernirse de la aparición de la propia fotografía en el marco del discurso orientalista[1] y de los procesos coloniales de expansión europea. El hecho particular de la historia al que usualmente se asocia este origen son las invasiones napoleónicas a Egipto, a fines del siglo XVIII, cuestión que habría dirigido el interés de numerosos intelectuales europeos hacia los territorios, problemas, formas de vida y habitantes de Oriente. La fotografía orientalista, por lo tanto, no es el mecanismo original generador de representaciones estereotipadas de estos continentes, pues el discurso orientalista ya había permeado hace años al campo pictórico de las bellas artes y la literatura[2].
El orientalismo fotográfico tuvo tres temas principales: el paisaje, la arquitectura y los retratos de sujetos originarios; y ya para la década de 1870 en Europa, estos últimos eran muy populares y difundidos. Los usos originales para estos retratos fueron en calidad de “documentos” para artistas, historiadores o etnógrafos y como imágenes comercializables para turistas. El universo de estas representaciones entre las últimas décadas del XIX y las primeras del XX fue tan amplio, que abarcó innumerables estilos, formatos y calidades técnicas y visuales. De ellos, la representación visual de la mujer oriental fue la más popular.
Los retratos orientalistas, al igual que la gran mayoría de la producción fotográfica decimonónica apuntada, tuvieron múltiples formas y se debieron a múltiples prácticas. En primer lugar, a la de fotógrafos europeos que se establecían en diversos países de Oriente gracias a las posibilidades económicas que éstos le ofrecían y más tarde a la de fotógrafos locales que aprendieron el oficio. Los retratos orientalistas abordaron preferentemente temas como el harem, las odaliscas y las cautivas cristianas. Muchas veces fueron producidos con modelos locales, aunque a medida que los fotógrafos iban encontrando nuevas demandas, se practicaron también con turistas, a quienes se ofrecía la posibilidad de insertarse en este escenario exótico por medio de la fotografía. Muchos fotógrafos ofrecían entre sus servicios, además de la venta de tipos y vistas locales, disfraces y trajes “auténticos” a disposición de los clientes, para la realización del retrato de fantasía. Por lo que la fotografía orientalista estuvo desde muy temprano ligada no solo a la cuestión del estereotipo, sino propiamente de la actuación y el disfraz, siendo para principios del XX una fotografía mayoritariamente de sujetos blancos, posando como “orientales”.
En Chile, el tema de oriente fue también uno de los tópicos asociados con más frecuencia al exotismo: existen numerosos retratos de mujeres posando en estudios fotográficos con atuendos, disfraces, vestimenta e indumentaria que en términos generales remite a la estética orientalista del XIX.
[1] Edward Said, Orientalismo, trad., María Luisa Fuentes (Madrid: Libertarias, 1990).
[2] Es fundamental aquí el rol que cumplió la publicación de la traducción completa de Las mil y una noches, realizada por Richard Francis Burton en 1884 de enorme difusión en Europa y Estados Unidos, principalmente.