Para considerar con más detalle las cualidades editoriales del libro Chile ilustrado resulta necesario situar el proyecto dentro de un marco contextual referido a la situación sociocultural y a la dimensión material y técnica de la industria de la imprenta en Chile durante el siglo XIX. Aunque el libro no fue facturado en el país, es el emprendimiento de un editor chileno que tiene acciones e intereses en el medio local por lo que resulta pertinente esbozar, a grandes rasgos, el diagrama de producción y circulación de impresos en el país, para comprender el entramado de intereses políticos, culturales y comerciales que se dieron cita al interior de este sistema productivo, cuestiones que, pensamos, habrían repercutido en el programa editorial de Recaredo Santos Tornero.
Como se ha señalado, entre 1864 y 1865 el comerciante español radicado en Valparaíso Santos Tornero Montero traspasó a sus hijos Recaredo y Orestes las empresas El Mercurio, las cuales –y gracias a una gestión que abogó sistemáticamente por la expansión comercial y el perfeccionamiento material y editorial de sus productos—habían alcanzado, para esa fecha, gran prestigio e influencia en el medio chileno.
Recaredo continuó el legado de su padre en lo que refiere a las innovaciones tecnológicas y las proyecciones de la industria en Chile: además de seguir desarrollando una estrategia comercial que le otorgaba independencia financiera a El Mercurio frente a otros medios que recibían aportes estatales, a comienzos de la década de 1870 construyó un edificio especial para el periódico[4], buscó nuevos capitales para el negocio[5] y se convirtió en uno de los precursores de la producción de papel de imprenta en Chile, instalando una fábrica en Limache.[6] Además, en 1872, y aunque para esa fecha Recaredo ya no estaba a cargo del periódico[7], se introdujo el sistema de estereotipia para imprimir las fojas de El Mercurio[8], lo que lo posicionó como un periódico de punta en el país.
Esto último entró en consonancia con la demanda por la actualidad de la información que se instaló de manera programática como una exigencia sobre la prensa y la producción de impresos durante esta década en Chile. Según ha consignado Eduardo Santa Cruz, los años 70 del siglo XIX estuvieron marcados en Chile por el ascenso del liberalismo en el ámbito político, social, económico y cultural.[9] Más allá de ser la década en que se consolidan y perpetúan los gobiernos liberales, Santa Cruz señala que por esos años se propagó y posicionó con hegemonía el discurso del proyecto modernizador y progresista del liberalismo, siendo la prensa un espacio donde aquello habría cristalizado. El pensamiento liberal aspiraba a conducir al país hacia la senda del progreso universal, esto en términos económicos pero también culturales, lo que decantó en la adaptación de ciertas costumbres y prácticas cotidianas de las élites decimonónicas que intentaban plegarse a un modo de vida cosmopolita y civilizado.[10]
En ese sentido, se volvió costumbre contar con la información de lo que ocurría en el mundo, pero particularmente con la “primicia noticiosa”. Así, periódicos semanales como The Graphic (impreso en Londres)[11] circularon en Valparaíso en la última parte del siglo XIX, y a través de sus páginas, de sus relatos e imágenes, informaban sobre los últimos acontecimientos acaecidos en los distintos rincones del globo[12]. Por su parte, periódicos locales como El Ferrocarril, que simpatizó con tendencias políticas de cuño más liberal y El Mercurio de Valparaíso, que tradicionalmente había endosado su apoyo a los gobiernos conservadores pero cuyo sustento ideológico flirteaba cada vez más con el liberalismo, procuraron crecientemente que sus lectores accedieran a noticias sobre el extranjero, “principalmente de Europa (…) y secundariamente (…) de América (EEUU y Argentina la mayor parte de las veces)”.[13] Pretendidamente, Chile figuraba en el mapa de un flujo cosmopolita de la información que valoraba la capacidad de cobertura, la variedad y particularmente, el carácter contingente de las noticias.[14]
Además, el mismo año en que se imprime el Chile ilustrado, en el país se promulga una nueva ley de imprenta que, a diferencia de su antecesora (1846), otorgaba un marco legislativo decididamente menos restrictivo y otorgaba mayores libertades para ejercer el debate público.[15] Esto significó una transformación importante en el terreno de la circulación de ideas en la prensa y los medios impresos. Lo anterior sugiere que desde el propio gobierno, a través de sus políticas y reformas, se fortaleció el rol que cumplían las publicaciones periódicas en la cultura y sociedad chilena del último tercio del siglo XIX. Pero ¿qué ocurría en el terreno de la producción impresa local?, ¿estaban dadas las condiciones materiales y tecnológicas para enfrentar estas transformaciones y contribuir al auge de la cultura impresa?
(Este apartado corresponde a investigación en curso de M. J. Delpiano)
[4] Ver Raúl Silva Castro, Prensa y periodismo en Chile 1812-1956 (Santiago: Ediciones de la Universidad de Chile, 1958), 163.
[5] Según consigna Raúl Silva Castro, Tornero se habría asociado a Camilo Letelier para estos efectos. Raúl Silva Castro, Prensa y periodismo en Chile, 163.
[6] La denominada Fábrica Nacional de Papel (1874), aunque equipada con maquinaria importada de Francia y operada por técnicos belgas, no logró prosperar por diversas razones y fue vendida tempranamente tras su puesta en funcionamiento. Ver: Bernardo Subercaseaux, Historia del libro en Chile (Alma y cuerpo) (Santiago: Andrés Bello, 1993), 65.
[7] De hecho, se encontraba en París estudiando el funcionamiento y cotizando maquinarias para la fábrica de papel y gestionando la edición de Chile ilustrado. Ver: Raúl Silva Castro, Prensa y periodismo en Chile, 164.
[8] Este sistema permitía la fundición de los tipos en un molde y la impresión directa sobre el papel. Su perfeccionamiento añadió fidelidad y rapidez al proceso de multicopia.
[9] Eduardo Santa Cruz, La prensa chilena en el siglo XIX: patricios, letrados, burgueses y plebeyos (Santiago: Editorial Universitaria, 2011), 55.
[10] Eduardo Santa Cruz, La prensa chilena, 57.
[11] The Graphic incluyó diversos artículos e imágenes sobre Chile; especial cobertura tuvieron la Guerra del Pacífico y la guerra civil de 1891. Otro medio de mucho prestigio, como fue la revista The Illustrated London News también dedicó algunas notas y vistas de Chile en sus diferentes ediciones.
[12] Eduardo Budge (1864-1959) fue un ingeniero ferroviario de Valparaíso, vinculado al ámbito de las humanidades y poseedor de una cuantiosa biblioteca. Seguramente Budge estuvo suscrito a The Graphic, y tras su muerte su colección completa fue donada, junto con numerosos libros y revistas de gran valor patrimonial, a la biblioteca de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (que hoy lleva su nombre), materiales que se encuentran a disposición hoy de los usuarios.
[13] Eduardo Santa Cruz, La prensa chilena, 82.
[14] Al respecto, otro caso interesante fue el de Guillermo Helfmann, editor e impresor alemán asentado en Valparaíso, quien en 1876 funda The Chilean Times (existe confusión en las fuentes sobre la fecha en que se habría impreso el primer número), un periódico redactado en inglés de distribución sudamericana, dedicado principalmente a temas del comercio mercantil, y cuyo principal valor radicó en sus estampas realizadas con el sistema de heliograbado, toda una novedad para la prensa chilena de la época. Así, con The Chilean Times se inauguraba la prensa gráfica en Chile. Ver: Jorge Soto Veragua, Historia de la imprenta en Chile (Santiago: Árbol Azul, 2009), 201 y Bernardo Subercaseaux, Historia del libro en Chile, 67-68.
[15] Famosos son los juicios de imprenta del siglo XIX, que imponían privación de libertad a quienes quebrantaran las restricciones impuestas por la ley, y que incluso llevaron a la cárcel a Santos Tornero Montero en dos ocasiones por difundir informaciones que supuestamente atentaban contra la autoridad. Ver: “Aventuras y desventuras de un editor”, en El Mercurio de Valparaíso. 170 años: historia y futuro (Valparaíso: El Mercurio, 1997), 10-11.