La aparición de libros ilustrados sobre América coincide con la proliferación de publicaciones periódicas –que se llamarán a sí mismas “pintorescas”– y que se ocuparán de temas variados al modo del magasin (considerando asuntos como la moral, la historia, la arqueología, el arte, las ciencias naturales, la industria) sin tener necesariamente un viaje o una gran expedición como elemento articulador. Estas publicaciones, que circularán en Europa y fuera de ella, integrarán a sus páginas reseñas de acontecimientos y lugares, apelando a la variedad temática pintoresca, sin limitarse, por otra parte a una mirada histórica o arqueológica sino incorporando aspectos de la actualidad.
Hacia la década del 60 aproximadamente, el aumento de estas publicaciones que se llaman a sí mismas “pintorescas” y que ofrecen un mosaico de informaciones ilustradas que refieren a lugares y culturas diversas termina por promover una suerte de desborde y extenuación del género “libro de viaje pintoresco” y un uso laxo del adjetivo que se irá transformando en un sinónimo de “ilustrado”[81]. La publicación ilustrada, (con esta palabra generalmente incorporada en el título de los impresos) aludirá a un formato editorial cuya finalidad será aproximarse comprensiva y descriptivamente a las diversas regiones y realidades del mundo, ofreciendo visiones igualmente particularizadas de sus cualidades. Quisiéramos sostener que esta laxitud o flexibilidad del género “viaje pintoresco” se hace especialmente sensible en los libros ilustrados con que las nacientes repúblicas americanas se promueven y celebran a sí mismas en tanto entes independientes y dotados de cultura, institucionalidad e historia propia. De estos libros son ejemplos relevantes el Chile ilustrado de Tornero, 1872 y el Altas pintoresco e histórico de los Estados Unidos de México, de García Cubas, 1885[82].
Sin importar si se trata de iniciativas propiciadas por el Estado, como es el caso del Atlas mexicano[83], o llevadas a cabo por particulares con marcada vocación pública (como podría ser el caso del libro de Tornero), estas publicaciones responden al ánimo de dar un sustento visual y documental al relato incipiente de la identidad nacional. Lejos de estimular la imaginación para que se eleve en la evocación del pasado, los viejos hábitos o los grandes vestigios o incluso ruinas sobre los que descansa la identidad inquebrantable de las naciones europeas, la estampa pintoresca de la naciente nación americana funciona en estos álbumes como promesa de futuro, es decir, como instauración de un porvenir. Si se considera, como lúcidamente lo señala Tomás Pérez Vejo, que “la nación como concepto no es un asunto de teoría política sino de estética, ni un problema de lógica descriptiva sino de análisis de filiaciones, arquetipos, ritos y mitos”[84], los álbumes y atlas ilustrados que surgen en las repúblicas americanas pueden entenderse como lugares sensibles en los que se formalizan visualmente “las rutinas, las costumbres y las formas artísticas”[85] que expresan a la nación y “que la dibujan en el imaginario colectivo”[86]. La imagen de una república americana trazada en clave pintoresca en los libros ilustrados produce un “efecto” de unidad cultural y singularidad etnográfica y comunica a los propios ciudadanos de esa república y a los observadores del mundo, que esa región ha salido del caos ahistórico y conforma una entidad territorial y cultural digna de ser mirada y evaluada con los ojos del arte, la historia y la ciencia.
En alguna medida la autopresentación de las naciones americanas “en el modo de lo pintoresco” a través del libro ilustrado consiste en una jugada deliberada a favor de la propia inscripción en los mapas y diagramas del conocimiento occidental. Por ello la fórmula resulta adoptada sin restricciones incluso por un álbum facturado completamente en América como es el de García Cubas y con mayor razón en aquellos casos en el que el repertorio visual es facturado por la industria europea, y por agentes inmersos en el mundo de la estampa pintoresca, como ocurre con el Chile ilustrado.
[81] Casos precoces de este tipo son el Semanario Pintoresco Español, publicado entre 1836 y 1857 y Le Magasin pittoresque, publicado en París entre 1833 y 1838.
[82] Ver sobre este libro el ensayo de Fausto Ramírez, “Las imágenes del “México próspero” en el Atlas pintoresco de Antonio García Cubas (1885)”. En Amans artis, amans veritatis. Coloquio internacional de Arte e Historia en memoria de Juana Gutiérrez Haces. México, UNAM, Instituto de Investigaciones Estéticas, Facultad de Filosofía y Letras, 2011. pp. 581-618
[83]Según señala Ramírez, el Atlas de García Cubas se encuadra plenamente en la “retórica porfiriana del “México próspero”, difundida a través de numerosos impresos publicados dentro y fuera del país (muchos de ellos directamente pagados por el gobierno)”. El objetivo del libro es promover las cualidades de este “México próspero” “a modo de una “petición de entrada” al mundo moderno”. En “Amans artis, amans veritatis”, en Coloquio internacional de Arte e Historia en memoria de Juana Gutiérrez Haces (México: UNAM, Instituto de Investigaciones Estéticas, Facultad de Filosofía y Letras, 2011), 610.
[84] Tomás Pérez Vejo, “La invención de una nación: La imagen de México en la prensa ilustrada de la segunda mitad del siglo XIX”, en Celia del Palacio Montiel (com.), Historia de la prensa en Iberoamérica (México: Editorial Altexto, 2000), 355.
[85] Tomás Pérez Vejo, “La invención de una nación”, 355.
[86] Tomás Pérez Vejo, “La invención de una nación”, 355.